Debilitamiento y desaparición

La primera dificultad con la que se encontraron los industriales compostelanos ocurre ya en el siglo XIX. Fue la caída en la importación de los «cueros indios» provocada por la independencia de las colonias americanas.

El segundo punto de inflexión fue la deflación económica debido a la escasez de moneda. Esto se debía a que España fabricaba monedas con mayor cantidad de plata. De esta manera, el gobierno central tiraba más rendimiento con la exportación de moneda que con su puesta en circulación en el territorio nacional,  lo que da como resultado la falta de moned as para la transacciones comerciales. Los industriales no podían cobrar y los compradores se endeudaron. Esto, junto al aumento de las curtidorias, trajo consigo un aumento del stock y la caída de los precios.

Por otro lado, el retraso en la agricultura y su modernización en Galicia, impidieron un aumento en la demanda de cuero y la mejora de su producción y competencia con productos de otros lugares.

Fábrica de Guadalupe

La fabricación del cuero gallego tenía un lastre muy importante: la falta de interés en la innovación por parte de los mismos empresarios. Entre los motivos estaría el destino del producto elaborado en Galicia, artesanos sin necesidad de producto muy elaborado, pero esta línea de producción pudo mantenerse a corto plazo. También tuvo importancia el bajo aprecio que se le tenía socialmente a esta actividad debido a los olores y a las malas condiciones de salubridad. Y por último, y no menos importante las líneas de crédito para las empresas, ahora venían de la banca que solo apostaba por el empresariado más seguro.

Todos estos factores llevan a que en el siglo XX, aunque con un pequeño repunte entre los años 1914 y 1936, vayan cerrando las factorias. En el 1936, el estallido del conflicto civil español dejó la producción peletera dividida. Las curtidurías gallegas quedaron en el bando sublevado mientras que las catalanas, más modernas, quedaron en el terreno republicano. El consumo de cuero por parte del bando franquista trajo un repunte a las decaídas fábricas gallegas, pero todo acabó con el conflicto. En 1941 el número de fábricas era de ocho y en el año 1955 pasaron a seis. El aislamiento internacional contra el régimen franquista obligó a adoptar una política autárquica en lo que respecta a los bienes de consumo. De esta manera hubo un período de estabilidad en el sector. Pero desde esas fechas, 1955-1961, comienza la caída definitiva, cerrando la última fábrica de Santiago en la década de los sesenta.