Por lo que sabemos, la conformación del paisaje tradicional de la Galicia rural está básicamente finalizada alrededor del siglo XII y así permanecerá casi sin cambios hasta los años 70 del pasado siglo. Decimos sin casi cambios aunque los hubo ya que el paisaje no es una realidad estática, ya que imaginemos lo que supusieron la introducción de cultivos americanos como el maíz y la patata a partir del siglo XVI. Según sus diversidades, podemos identificar unos elementos básicos que caracterizan el paisaje tradicional de Galicia:

– Complementariedad entre aprovechamiento intensivo del campo y aprovechamiento extensivo del monte.
– Una tecnología compleja que utiliza el arado con tracción animal en el arado a base de surcos para drenar el suelo, y el uso de abono (“estrume”) como fertilizante para conseguir varias cosechas al año en el mismo terreno. El “estrume” se obtiene de la mezcla entre el tojo y los desechos del ganado. Por cada unidad de terreno de cultivo intensivo, hacen falta entre dos y cuatro unidades iguales de tojo, lo que nos puede indicar la importancia que hasta los años 50 tenía esta planta que hoy cubre algunos de nuestros montes sin que nadie se preocupe de cogerlo, pero no hace tantos años, era incluso objeto de robo. Los lugares dedicados a la plantación de tojo se conocían cómo “chousas” o “curros”. Otra técnica empleada ampliamente en Galicia fue el suavizado de las pendientes del terreno mediante la construcción de terrazas o escalones (“socalcos”) que facilitan el cultivo y evitan la erosión acelerada del suelo. Cuanto mayor es la pendiente más estrechos son los “socalcos”.
– Una sucesión característica de los pisos ecológicos: terreno inculto en las crestas, áreas de monte en las tierras altas, bosque en la transición entre estas y las tierras bajas, aldeas a media ladera, fincas y agras próximas a las viviendas, a continuación bosques en los tramos inferiores de las vertientes, pastos húmedos en la base del valle y bosque húmedo en las riberas del río.

Nuestro campo está más o menos organizado de la siguiente forma. Las aldeas suelen estar asentadas la media ladera y los terrenos de cultivo (“terrádego”) está formado por un conjunto de terrenos de diferentes calidades y usos. En el terreno inmediato a las casas están los huertos, fincas pequeñas de mejor calidad, que reciben los mayores cuidados con abono y riego abundantes y en las que se plantan legumbres, hortalizas, patatas, frutales etc. De mayor extensión que los huertos son las fincas (“cortiñas”), tierras también de buena calidad que reciben riego y abono, utilizadas para cultivos hortícolas en ocasiones, pero destinadas principalmente a los cereales (trigo y maíz), plantas forrajeras como nabos y frutales en los lindes.
Cerca de las casas pero a un nivel más bajo están las agras o campos (si son más pequeños), que son un conjunto de pequeñas fincas cercadas con un cierre único para evitar la entrada del ganado que pacía libre, y explotadas por varios propietarios que tenían una serie de deberes colectivos para organizar este terreno, como el establecimiento de un calendario agrícola o la rotación conjunta. Permitían una explotación de gran intensidad: cereales en invierno (trigo, avena y centeno) y en verano patatas, maíz, nabos y legumbres. Son conocidas con varios nombres como vega (“veiga”), por ejemplo.
Los prados que alimentan el ganado se sitúan en el fondo de las laderas de mayor pendiente y las más húmedas, por lo que se distinguían prados de secano y prados de regadío, llamados barrizales (“lameiros”).
Por encima de las casas se sitúa el monte, tierras que pueden parecer incultas y que sin embargo son el soporte fundamental del sistema agrario tradicional. El monte proporciona madera y leña, sirve de pasto para el ganado, amplía el terreno cerealista con el sistema de roza y suministra la materia prima para el abono (“estrume”) que constituye el fertilizante orgánico esencial para mantener el rendimiento de las tierras de trabajo intensivo y que requiere una gran cantidad de tojo.