En los siglos XVIII y XIX y primera mitad del XX los trabajos de las mujeres y la mano de obra infantil, eran un complemento indispensable para equilibrar el presupuesto familiar. Las mujeres ejercían una amplia variedad de oficios, aunque predominaban tres ramas: el servicio doméstico, la confección y reparación de vestidos y menaje doméstico que ocupaba a modistas, costureras y la industria textil.

Partiendo de los niveles inferiores de preparación necesaria para lo desempeño de un trabajo y yendo cara los superiores, observamos que en la base se encuentran jornaleras, molineras, fiadoras y tejedoras, taberneras, así como el denominado servicio doméstico externo compuesto por mandaderas, aguadoras, lavanderas y planchadoras. En el nivel intermedio se sitúan las vendedoras y tenderas junto con ciertas empleadas domésticas, costureras y artesanas cómo panaderas o confiteras. El grado más alto serían las modistas, comerciantes, amas de llaves, institutrices y doncellas.

De todos estos trabajos, son de especial penuria los de aguadoras y lavanderas, considerados por las demás criadas como denigrantes, por eso nadie los quería hacer. Parece ser que eran desarrollados mayormente por mujeres solteras lo que hace pensar en el carácter transitorio de este trabajo, transitoriedades derivadas de su propia dureza y de la nula estima social de la que disfrutaban.
Las riberas del Sabela y también sus afluentes, albergaban muchas construcciones del viejo oficio de lavar. Hoy quedan pocos restos en el propio río, pero antiguamente, los lavaderos, atosigaban las riberas próximas a los barrios de la ciudad donde vivían las lavanderas.
Los viejos lavaderos consistían en toscas piedras planas inclinadas o no colocadas al lado del agua donde las mujeres lavaban de rodillas en la propia corriente del río, utilizando los campos próximos para aclarar y los matorrales para secar la ropa. Algunas utilizaban cajas de madera para arrodillarse y evitar así estar en contacto directo con el agua de las salpicaduras de la colada. Una variante de esta caja llevaba una pieza de madera que permitía sustituir la piedra de lavar.
En el siglo XIX la construcción de lavaderos y fuentes fue una prioridad de los ayuntamientos, sobre todo de las alcaldías republicanas, y supuso una mejora considerable en las condiciones de trabajo de las lavanderas y aguadoras. Los lavaderos solían ser públicos y de uso colectivo. La mayoría constan de un único pío que puede tener diferentes formas: cuadrado, rectangular e incluso octogonal, también solían estar cubiertos lo que permitía utilizarlos en días de lluvia.
El pío está lleno de agua corriente y rodeado de piedras inclinadas contra las que fregar la ropa y que permitía las lavanderas lavar de pe y no de rodillas como en los antiguos lavaderos del río.

Alrededor de los lavaderos y de las mismas lavanderas se fue creando un folclore, o forma propia de hablar de las trabajadoras y gracias al estudio de este oficio, podemos tener una visión del contexto social e histórico de la mujer en su momento. Aparte, está también la huella que queda en la memoria toponímica del país tanto en los ríos como nos lugares donde se construyeron lavaderos, como por ejemplo el barrio de las Lavanderas en A Coruña, la calle del Lavadero en Meixonfrío o los Molinos de los Lavaderos en las Brañas de Sar.
Habría que añadir el conocimiento que muchas de estas mujeres tenían sobre diferentes hierbas, tanto para uso medicinal como aromático o culinario.