Los molinos, junto con hórreos y alpendres, forman parte indispensable del paisaje agrario en Galicia. Según Lucas Labrada en su Descripción económica del Reino de Galicia (1804), en el 1797 Galicia contaba con, cuando menos, 8.278 molinos de grano.

La actividad transformadora del cereal mediante la acción mecánica de piezas elaboradas comenzó con la fricción entre una madera o una piedra labradas refregadas contra una piedra llana o cóncava para desmenuzar el grano. Estos molinos llanos o manuales ya eran empleados en la época castreña, antes de la romanización, en Galicia.
Con la invasión romana aparecieron los molinos de mano circulares. Con una pieza pétrea fija y con otra móvil y mediante el uso de la fuerza muscular se molía centeno, trigo o cebada, moviendo la piedra superior mediante el empuje de la mano en sentido circular.
La alta Edad Media trajo la incorporación del molino de agua en Galicia y se supone que su aparición está vinculada a los monasterios que los introducirían allá por el siglo XI. Los molinos de agua que aprovechan ríos y arroyos son los más abundantes en Galicia, muy abundantes, por cierto, en la zona de Santiago, donde podría haber varios cientos, aunque la mayoría están desaparecidos o en muy malas condiciones y son muy pocos los que quedan completos y menos aún los que están en uso.
Los más abundantes en Galicia eran los molinos que movían las ruedas utilizando el rodicio, pieza de hierro que aún podemos ver en la boca del infierno en algunos molinos. En las aceñas, la maquinaria se accionaba con una gran rueda hidráulica que se movía con la fuerza de la corriente y estaba colocado en un lateral exterior de la construcción. En las zonas costeras aprovechaban la fuerza de las mareas. Un ejemplo es el gran molino de mareas en Muros.

Los molinos de río podían ser de cubo, cuando contaban con una balsa trasera en la que almacenaban agua evitando así las épocas de escasez, o de canal. En las Brañas de Sar tenemos en el molino conocido como «Casa do Martelo» un ejemplo de molino de cubo y en la playa de Tapia en el río Tambre otro.
De introducción más tardía, son los molinos de viento que llegaron a la península por el siglo XVI. En Galicia tenemos un buen ejemplo de molinos de este tipo en el monte Xiabre, cerca de Vilagarcía de Arousa.
Según el uso o materia transformada podemos distinguir varios tipos de molinos.
En los molinos de cereal, se distinguían los molinos de maíz de los de trigo, ya que las muelas de estos últimos eran más finas que las utilizadas para los primeros. Los de trigo solían llamarse molinos blancos.
Los molinos de aceite se emplearon en lugares donde el clima permitió el cultivo del olivo. Así se obtenía aceite vegetal, un producto poco frecuente tanto en la agricultura como en la gastronomía gallega. Estos molinos eran movidos por tracción animal (bueyes, vacas, caballos etc.). Desconocemos la existencia de molinos de este tipo aunque en Galicia hubo muchos olivos hasta el siglo XV.
Otro tipo de molinos están vinculados a la industrialización de los siglos XVIII y XIX, como son los molinos de cáscara, que hacían la molienda de corteza de roble o castaños para teñir las pieles de las curtidurías
También usaban los molinos, que eran llamados martillos, para mazar las pieles. Tenemos un ejemplo de este tipo en las Brañas del Sar donde lleva tiempo abandonado lo que se conoce como «Casa do Martelo» y que batía las pieles de la curtiduría de Picaños. Otros molinos se usaban en fábricas de papel como la que podemos ver en el límite del ayuntamiento de Santiago con Ames, en el lugar conocido como el Pego, en la confluencia del Roxos con el Sar. Los mismos principios fueron aplicados para machacar piezas de vidrio en la fabricación de este material.
Ya hacia mediados del siglo XX, aparecen los molinos utilizados como centrales eléctricas. Hay un ejemplo de este tipo en Aríns en el lugar conocido como A Fervenza, donde un pequeño molino albergaba una turbina generadora de electricidad que se accionaba con la fuerza del agua que llegaba de una presa. Esta mini central daba electricidad a las casas de la aldea de Lobio. Cada casa podía tener un máximo de cuatro bombillas y hacían turnos para ponerlo a funcionar cada noche.
Desde el punto de vista de la propiedad, se distinguen los molinos de un sólo propietario o de maquía (esta era el precio que tenían que pagar al propietario), y los de propiedad compartida conocidos como de herederos o aparceros. En el río Santa Lucía, en el tramo que riega el ayuntamiento de Santiago, se conservan dos molinos en funcionamiento, uno de ellos es de 7 propietarios que muelen en turnos rotatorias de 17 días.