La campana es un instrumento musical cuyo nombre procede de la región de Campania al sur de Italia, donde se hacían las de mayor calidad. En la campana se distinguen tres partes generales: el yugo, la copa y el badajo. El yugo normalmente es de madera o hierro, lleva unos tirantes sujetos con cerdas a los ejes de cada lado sobre unos cojinetes, comúnmente un interior de metal y otro exterior de madera. La copa es de metal, normalmente de bronce. El badajo es también de metal en la mayoría de los casos, aunque los hay de madera, y cuelga por el centro para producir el sonido. La sonoridad de las campanas depende de la mezcla de sus metales, la referencia más común sería una mezcla de bronce y cobre con un 25% de estaño. Dado que el bronce se oxida, las campanas con más de diez años suelen tener un color oscuro.
Las campanas llegaron a constituir un elemento primordial tanto en el ámbito religioso como dentro de la vida civil, aunque son propiedad de la Iglesia si recibieron consagración episcopal (están por tanto bendecidas), cualquiera que sean sus donadores.
En la época de los romanos indicaban muchos acontecimientos como la apertura del mercado, la apertura de los baños o el paso de los criminales al suplicio. Además de su uso como instrumento musical, las campanas estuvieron asociadas a la señalización del tiempo desde el siglo XVI, dado que en muchísimos casos a partir de esa fecha las campanas iban acompañadas de un reloj para marcar las horas.
Eventualmente, y dada su funcionalidad en la vida común, el volumen de campanas se incrementó drásticamente. Se vio la necesidad de construir torres colocándolas de tal manera que mejorara su sonoridad y alcance. A través de una disposición canónica se estableció que las catedrales deberían tener cinco o más campanas, las parroquias dos o tres y las iglesias de oratorios o de órdenes mendicantes por lo menos una. Los concilios celebrados en el siglo XVI prohibieron que las campanas se destinaran a otros menesteres distintos de los religiosos, salvo para casos de gran utilidad pública, como anunciar incendios, temporales o emergencias similares.

Se llama campanero a la persona que toca las campanas, el sacristán o sacristana. Esta persona además se ocupa de tener preparada la iglesia para los oficios. En la zona de Aríns, las funciones de campanero se hacían por turnos rotatorios de seis meses, utilizando para eso el libro de casados y siguiendo un orden estricto. Si alguno no sabía o no quería cumplir su turno, pagaba a una persona para que se ocupara de sus obligaciones.
También se llama campanero al que hace campanas. Con tal repercusión de la campana en el ámbito diario, es evidente que esta profesión tuvo gran importancia. En muchos casos se trataba de un oficio itinerante, de tal manera que el campanero acudía donde lo necesitaban y permanecía en el lugar hasta finalizar su labor. Este proceso de fabricación era muy laborioso y requería de gran pericia y conocimiento. En la campana recién creada, el campanero solía grabar su nombre, la fecha de fabricación, el nombre de la campana y en muchas ocasiones el nombre del bienhechor que había afrontado los costes.
Esta profesión tuvo una insustituible repercusión hasta el siglo XVIII y parte del XIX, lo cual era debido a que las campanas solían agrietarse produciendo uno sonido distorsionado por lo que era necesario refundirlas. Es por eso que es complicado, a día de hoy, encontrar campanas de más de 200 años de antigüedad. Con todo, no era un oficio de prestigio, solían cobrar unos pocos reales aunque la Iglesia les proporcionaba la vivienda a lo largo del trabajo.